lunes, 1 de junio de 2009

Carta abierta al camarada Lenin (Herman Gorter)


Querido camarada Lenin,


La lectura de su folleto sobre el izquierdismo en el movimiento comunista me ha enseñado mucho, como todo lo que usted ha escrito. Le estoy agradecido como, sin duda, muchos otros camaradas. Este folleto me ha liberado, y sin ninguna duda me liberará aún de un montón de manchas y gérmenes de esta enfermedad infantil que subsistían innegablemente en mí. Lo que usted dice de la confusión engendrada en una muchedumbre de espíritus por la revolución es, de igual modo, totalmente justo. ¡La revolución se ha producido de manera tan brusca, tan diferente también de lo que esperábamos! Y su folleto me incitará más que nunca a no juzgar cuestiones de táctica, comprendidas las de la revolución, más que en función de la realidad, de las relaciones reales entre las clases tal como se manifiestan en los planos político y económico.

Después de haberle leído, he pensado: todo esto es justo. Pero cuando, con reflexión, me he preguntado largamente si en adelante era necesario que dejase de apoyar a estos “izquierdistas” y de escribir artículos para el KAPD y para el partido opositor de Inglaterra, he debido concluir con un no.

Esto parece contradictorio. Pero la causa de ello es que usted parte de un punto de vista equivocado. Usted se equivoca, a mi parecer, acerca de las condiciones de la revolución europea occidental, es decir, sobre las relaciones de las clases cuando usted las cree conformes a las condiciones rusas; he ahí por qué usted no comprende las razones de la Izquierda, de la Oposición. Así, el folleto parece ser justo si se adopta su punto de partida, pero si se lo rechaza (como hay que hacerlo), el folleto es totalmente falso de una punta a la otra. El conjunto de sus juicios, unos equivocados parcialmente, otros indiscutiblemente falsos en su totalidad, le llevan a condenar el movimiento de izquierda, sobre todo en Alemania y en Inglaterra. Por otro lado, y sin estar de acuerdo en todos los puntos con este último – sus dirigentes lo saben bien – estoy firmemente resuelto a apoyarlo. Por eso creo actuar de la mejor manera respondiendo a su folleto con una defensa de la Izquierda. Esto me permitirá no sólo hacer resaltar sus razones de ser, mostrar la justeza de sus posiciones en el estadio actual, aquí y ahora, en Europa occidental, sino también, y quizá sea tan importante, combatir las ideas falsas que prevalecen, especialmente en Rusia, a propósito de la revolución europea occidental. Me es necesario hacer lo uno y lo otro, pues la táctica europea-occidental depende tanto como la rusa de la concepción que se tiene de la revolución en Europa Occidental.

Me hubiera gustado hacerlo en el congreso de Moscú, pero no estaba en condiciones de acudir allí.

En primer lugar debo refutar dos de sus aserciones, las cuales pueden falsear el juicio de los camaradas y del lector. Usted ironiza sobre la controversia que, en Alemania, gira en torno a la “dictadura de los jefes o de las masas”, de “la base o de la cúspide”, etc., declarándola tonta. Estamos completamente de acuerdo en que no deberían plantearse tales problemas. Pero no para ironizar sobre ello. Pues, ¡desgraciadamente!, son cuestiones que continúan planteándose en Europa occidental. En muchos países de Europa occidental todavía tenemos, en efecto, jefes del tipo Segunda Internacional, aún estamos a la búsqueda de dirigentes adecuados que no aspiren a dominar las masas y no las traicionen y, mientras no los tengamos, defendemos que todo se haga de abajo arriba, y por la dictadura de las masas mismas. Si tengo un guía en la montaña que me conduce al abismo, prefiero no tener ninguno. Cuando hayamos encontrado los jefes adecuados, abandonaremos esta búsqueda. Pues entonces masa y jefe no serán realmente sino una sola cosa. Es esto, y ninguna otra cosa, lo que entendemos por estas palabras, la izquierda alemana, la izquierda inglesa y nosotros.1

Lo mismo ocurre con su segunda afirmación, según la cual el jefe debe formar con la masa un todo homogéneo. Queda por encontrar, por formar, tales jefes que no formen más que uno, realmente, con la masa. Y las masas, los partidos políticos, y los sindicatos no podrán conseguirlo más que a través de los combates más rudos, combates a librar también en su mismo seno. Esto se aplica también a la disciplina de hierro y a la centralización más rigurosa. Consentimos en ello, pero sólo después de haber encontrado los jefes adecuados, no antes. Y sus sarcasmos no pueden tener sino una influencia nefasta sobre la más ardua de las luchas que ya se libra, con todo vigor, en Alemania y en Inglaterra, los países más cercanos a ver realizarse el comunismo. Usted sirve de esta manera a los elementos oportunistas de la Tercera Internacional. Pues uno de los medios que emplean ciertos elementos de la liga Espartaco y del BSP inglés, y también muchos otros PC, para engañar a los trabajadores, es precisamente presentarles la cuestión masa-jefes como una tontería, declararla “tonta y pueril”. Con esta frase evitan, quieren evitar, que se les critique a ellos, a los jefes. Con frases sobre la disciplina de hierro y la centralización, aplastan a la Oposición. Usted le da a los elementos oportunistas el trabajo hecho.

Usted no debería hacer esto, camarada. En Europa Occidental, nosotros estamos todavía en la etapa preparatoria. Valdría mas pronunciarse por los que se baten que por los que mandan como dueños.
Esto no lo digo aquí más que de paso, y volveré sobre ello más tarde. Una razón más grave todavía es causa de mi desacuerdo con su folleto. Esta razón es la siguiente:

A pesar de la admiración y la adhesión que poco más o menos todo lo que usted ha escrito ha suscitado en nosotros, marxistas europeos, hay un punto sobre el que, al leerlo, nos volvemos repentinamente circunspectos, un punto sobre el que esperamos explicaciones más detalladas y que, a falta de ellas, no aceptamos más que con reserva. Se trata de los pasajes en que usted habla de los obreros y de los campesinos pobres. Esto le ocurre a usted muy, muy frecuentemente. Y usted habla en cada ocasión de estas dos categorías como de factores revolucionarios en todo el mundo. Sin embargo, por cuanto yo sé, usted no hace resaltar en ninguna parte de manera clara y tajante la diferencia muy grande que existe en este plano entre Rusia (y algunos países de Europa del Este) y Europa Occidental (es decir, Alemania, Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza y los países escandinavos, quizá incluso Italia). Y sin embargo, a mi parecer, es precisamente esta diferencia la que origina las divergencias que oponen su concepción de la táctica a seguir en las cuestiones sindical y parlamentaria, a la de las “izquierdas” europeo-occidentales sobre la diferencia que existe a este respecto entre Europa occidental y Rusia.

Esta diferencia, seguro que usted la conoce tan bien como yo pero, al menos en las obras suyas que he podido leer, usted no ha sacado en absoluto las consecuencias de ella. He ahí por qué lo que usted dice de la táctica oeste-europea es falso2. Esto ha sido y sigue siendo tanto más peligroso cuanto que su juicio sobre la materia es repetido mecánicamente en todos los partidos comunistas, incluso por marxistas. Si creyésemos los periódicos, revistas, folletos y reuniones públicas comunistas, ¡Europa Occidental estaría a punto de conocer una revuelta de campesinos pobres! Nadie alude a la gran diferencia con la situación rusa. Por el hecho de que ustedes, en Rusia, tenían una enorme clase de campesinos pobres y que ustedes han logrado la victoria con su ayuda, ustedes se figuran que nosotros, en Europa Occidental, podemos también contar con ello. Por el hecho de que ustedes, en Rusia, han vencido únicamente gracias a esta ayuda, ustedes se figuran que aquí ocurrirá igual. Al menos eso es lo que da a entender su silencio sobre esta cuestión, en cuanto concierne a Europa occidental, y toda su táctica se deriva de ahí.

Esta concepción no concuerda con los hechos. Existe una formidable diferencia entre Rusia y Europa occidental. De Este a Oeste, la importancia de los campesinos pobres no hace más que disminuir, en general. En ciertas regiones de Asia, China, India, esta clase sería absolutamente determinante si estallase una revolución; en Rusia, constituye el factor indispensable, un factor decisivo de la revolución; en Polonia y en los diversos Estados de Europa central y de los Balcanes, conserva su importancia a este respecto; pero después, cuanto más se va hacia el oeste, tanto más hostil se revela a la revolución.

En Rusia, el proletariado industrial reunía siete u ocho millones de hombres, pero se contaban veinticinco millones de campesinos pobres. (Ruego me disculpe eventuales errores de cifras, pues cito de memoria, por la urgencia de esta carta). Al no haber dado Kerenski la tierra a los campesinos pobres, usted sabía que éstos no tardarían gran cosa en unirse a ustedes. Ése no es, ése no será el caso en los países de Europa occidental que he citado, donde no existe semejante situación.

Aun siendo a veces dramática, la condición de los campesinos no lo es tanto entre nosotros como entre ustedes. Los campesinos pobres de Europa occidental disponen de una parcela de tierra, ya sea en arriendo o en propiedad. Excelentes medios de comunicación les dan frecuentemente la posibilidad de dar salida a una parte de sus productos. La mayor parte del tiempo les queda de qué comer en los momentos difíciles. Y su situación ha mejorado desde hace unas decenas de años. Ahora, durante la guerra y después, pueden exigir precios elevados. Son indispensables, pues no se importan productos alimenticios sino con parsimonia. Por tanto, pueden continuar vendiendo al mejor precio. El capital los apoyará mientras él mismo siga en pie. La condición de los campesinos pobres entre ustedes era mucho más horrible. Por esta razón tenían ellos también un programa político revolucionario y se habían organizado en partido político: el partido socialista-revolucionario. Aquí no es el caso en ninguna parte. Además, en Rusia había una masa enorme de bienes susceptibles de ser repartidos: grandes propiedades de tierra, dominios de la corona y del Estado, tierras de la Iglesia. Pero los comunistas europeo-occidentales, ¿qué podrían ofrecer a los campesinos pobres para atraerlos a la revolución, para ganárselos?

En Alemania había, antes de la guerra, de cuatro a cinco millones de campesinos pobres (hasta 2 ha). Los grandes dominios propiamente dichos (más de 100 ha) ocupaban todo lo más de ocho a nueve millones de hectáreas. Si los comunistas los repartiesen todos, los campesinos pobres no dejarían de seguir siendo pobres, al haber de siete a ocho millones de obreros agrícolas que también exigirían algo. Pero ni siquiera podrán repartirlos todos, pues quieren conservarlos para hacer de ellos explotaciones a lo grande3.

Así, los comunistas de Alemania no tienen ningún medio para atraer hacia sí a los campesinos pobres, salvo en algunas regiones relativamente poco extensas. En efecto, no se expropiará las explotaciones pequeñas y medianas, eso es seguro. Ocurre más o menos lo mismo con los cuatro o cinco millones de campesinos pobres con que cuenta Francia; igual también en Suiza, Bélgica, Holanda y en dos de los países escandinavos4. Lo que predomina en todas partes es la explotación pequeña y mediana. Incluso en Italia, no es seguro del todo que tuviesen los medios para hacerlo. Y no hablemos de Inglaterra, donde apenas habrá de cien a doscientos mil campesinos pobres.

Por tanto, las cifras muestran que en Europa occidental hay relativamente pocos campesinos pobres. Y consiguientemente, las tropas auxiliares que podrían formar, en el mejor de los casos serían escasas.

Más aún, prometerles el fin del arriendo y de la renta hipotecaria no bastará para seducirlos. Pues, detrás del comunismo, ven asomar la guerra civil, la desaparición de los mercados y el desastre general.

A menos que venga una crisis mucho más espantosa que la que hace estragos hoy en Alemania, una crisis que sobrepase en horror todo lo que se ha conocido hasta hoy, los campesinos pobres de Europa occidental apoyarán el capitalismo mientras les quede un soplo de vida.

Los obreros de Europa occidental están completamente solos. No pueden contar, efectivamente, más que con una fracción extremadamente pequeña de la pequeña burguesía pobre. Y que no tiene gran peso desde el punto de vista de la economía. Por tanto, deberán hacer la revolución totalmente solos. He ahí una gran diferencia con Rusia.

Usted sabía, camarada Lenin, que el campesinado no tardaría con seguridad en unirse a ustedes. Usted sabía que Kerenski no podía ni quería darle la tierra. Usted sabía que aquel abandonaría pronto a éste. “¡La tierra a los campesinos!”, tal era la fórmula mágica gracias a la cual ustedes podían unirlos al proletariado al cabo de unos meses. Nosotros, por el contrario, tenemos la certidumbre de que por el momento los campesinos de toda Europa occidental apoyarán el capitalismo.

Usted quizá hará valer que si no hay en Alemania masas campesinas dispuestas a echarnos una buena mano, millones de proletarios que todavía hoy se inclinan por la burguesía vendrán con seguridad a nosotros. Que, por tanto, el lugar de los campesinos pobres rusos será ocupado aquí por proletarios. Que, así, habrá refuerzos.

También esta idea es falsa en su principio. La diferencia con Rusia sigue siendo enorme. Los campesinos rusos no se unieron al proletariado sino después de la victoria. Pero sólo cuando los obreros alemanes que persisten hoy todavía en apoyar al capitalismo se unan al comunismo, es cuando comenzará de verdad la lucha contra el capitalismo.

Los camaradas rusos han vencido gracias al peso de los campesinos pobres, gracias a este peso y sólo gracias a él. Y la victoria se ha ido afirmando a medida que cambiaban de campo. Es porque los obreros alemanes se alinean tras el capitalismo por lo que la victoria no llega; tampoco será fácil, y la lucha no comenzará más que a partir del momento en que pasen a nuestro lado.

La revolución rusa ha sido terrible para el proletariado durante los largos años que ha tardado en madurar. Sigue siéndolo hoy, después de haber conseguido la victoria. Pero en los momentos en que tuvo lugar, ha sido fácil justamente gracias a los campesinos.

Entre nosotros es totalmente distinto, exactamente lo contrario. El antes y el después son igualmente fáciles, pero cuando tenga lugar será terrible. Pues el capitalismo, que en su país era débil, que apenas se despegaba del feudalismo, de la Edad Media, incluso, de la barbarie, entre nosotros es fuerte, potentemente organizado y profundamente arraigado. En cuanto a los pequeño-burgueses pobres y los pequeños campesinos, que siempre están del lado del más fuerte, permanecerán en el campo del capitalismo hasta el último día, excepto una pequeña fracción de entre ellos, sin importancia desde el punto de vista económico.

En Rusia, la revolución ha vencido con la ayuda de los campesinos pobres. Es necesario meterse esto en la cabeza aquí, en Europa occidental, y en todo el mundo. Pero los obreros de Europa occidental están solos, no se puede estar más solos, y esto hay que metérselo en la cabeza en Rusia.

El proletariado de Europa Occidental está solo. Esa es la verdad. Es sobre ella, sobre esta verdad, sobre la que debemos basar nuestra táctica. Toda táctica que tenga otra base es falsa, y conduce al proletariado a las peores derrotas.

Que esta tesis sea exacta, la práctica lo confirma además. En efecto, no sólo los pequeños campesinos de Europa occidental no tienen programa, no sólo no han reivindicado la tierra, sino que ahora que el comunismo se acerca tampoco se mueven. Pero, por supuesto, no hay que dar a esta tesis un sentido demasiado absoluto. Como ya he señalado, existen en Europa occidental regiones donde predominan los grandes dominios y donde, por tanto, se pueden ganar los campesinos pobres al comunismo. Es posible hacer otro tanto en razón de factores locales y otros. Pero se trata de casos relativamente raros. Tampoco quiero decir que ningún campesino pobre se unirá a nosotros. Sería absurdo. Por eso necesitamos continuar haciendo propaganda entre ellos. Pero también necesitamos determinar nuestra táctica para emprender y proseguir la revolución. Lo que yo decía concernía al tipo general, la tendencia general. Y es sobre ésta sobre la que se puede y se debe basar la táctica.5

Pues las masas, los proletarios rusos tenían la seguridad y constataban ya durante la guerra, frecuentemente con sus propios ojos, que los campesinos acabarían pronto alineándose con ellos. Los proletarios alemanes, por no hablar primero más que de ellos, no ignoran que tienen contra ellos al capitalismo nacional y al conjunto de las otras clases.

Ciertamente, en Alemania había ya antes de la guerra de diecinueve a veinte millones de obreros entre setenta millones de habitantes, pero los proletarios alemanes se encuentran solos frente a las otras clases. Se enfrentan a un capitalismo incomparablemente más poderoso que el capitalismo ruso. Y están desarmados, mientras que los rusos estaban armados.

Por tanto, la revolución exige de cada proletario alemán, de cada uno en particular, todavía mucho más ánimo y espíritu de sacrificio que de los rusos. Esto se deriva de las relaciones económicas y de las relaciones de clases en Alemania, ¡no de una teoría cualquiera ni de la imaginación de románticos de la revolución o de intelectuales!

Si la clase obrera, o al menos su aplastante mayoría, no se compromete individuo por individuo, con una energía casi sobrehumana, a favor de la revolución, contra todas las otras clases, la derrota está asegurada. Usted me concederá, en efecto, que para poner a punto nuestra táctica necesitamos contar con nuestras propias fuerzas y no con una ayuda extranjera, rusa, por ejemplo.

El proletariado solo, sin ayuda, casi sin armas, frente a un capitalismo homogéneo, esto quiere decir en Alemania: cada proletario, la gran mayoría de ellos, un militante consciente; cada proletario, un héroe. Y lo mismo ocurre en toda Europa occidental. La mayoría del proletariado a transformar en militantes conscientes y organizados, en comunistas auténticos, debe ser mucho más grande, relativa y absolutamente, entre nosotros que en Rusia.

Para repetirme: esto, como consecuencia no de invenciones, de sueños de intelectual o de poeta, sino sobre la base de las realidades más patentes.

Y cuanto más aumenta la importancia de la clase, más disminuye proporcionalmente la de los jefes. Esto no quiere decir que no haya que tener los mejores jefes posibles. Los mejores de todos no son aún bastante buenos y nosotros estamos justamente buscándolos. Esto solamente quiere decir que la importancia de los jefes, comparada a la de las masas, se reduce.

Si se quiere conseguir la victoria, como ustedes, con siete u ocho millones de proletarios en un país de ciento sesenta millones de habitantes, entonces sí, ¡la importancia de los jefes es enorme! Pues conseguir la victoria con tan poco sobre tanta gente es, ante todo, cuestión de táctica. Para triunfar como ustedes, camarada, en un país tan grande con una tropa tan pequeña, pero con una ayuda externa a la clase, lo que importa en primer lugar es la táctica del jefe. Cuando ustedes han comenzado el combate, camarada Lenin, con esa pequeña tropa de proletarios, fue su táctica la que, en el momento propicio, permitió librar la batalla y atraerse los campesinos pobres.

Pero, ¿en Alemania? Allí, la táctica más hábil, la claridad más grande, incluso el genio del jefe, no es lo esencial, no lo principal. Allí no hay nada que hacer: las clases se enfrentan, una contra todas. Allí, la clase proletaria debe decidir por sí misma. Por su potencia, por su número. Pero al ser el enemigo también formidable, infinitamente mejor organizado y armado, su potencia es ante todo cuestión de calidad.

Frente a las clases poseedoras rusas, ustedes estaban en la situación de David frente a Goliat. David era pequeño, pero su arma mataba con seguridad. El proletariado alemán, inglés, europeo-occidental, hace frente al capitalismo como un gigante ante otro gigante. En este combate, todo es asunto de fuerza. De fuerza material, sin duda, pero también de fuerza espiritual.

¿Ha observado usted, camarada Lenin, que no hay “grandes” jefes en Alemania? Todos son hombres completamente corrientes. Lo que demuestra enseguida que esta revolución será en primer lugar obra de las masas, no de los jefes.

A mi parecer, será algo grandioso, más inmenso que ninguna otra cosa hasta el presente. Y una indicación de lo que será el comunismo. En toda Europa occidental ocurrirá como en Alemania. El proletariado está solo en todas partes.

La revolución de las masas, de los obreros, de las masas obreras y de ellas solas, ¡por primera vez desde que el mundo es mundo! Y esto, no porque está bien o porque es bonito o porque lo ha imaginado alguien, sino porque está determinado por las relaciones económicas y por las relaciones de clases6.

De esta diferencia entre Rusia y Europa occidental se deriva, además, esto:
1º Cuando usted, camarada, o el ejecutivo de Moscú, o también los comunistas oportunistas de Europa occidental, de la Liga Espartaco o del PC inglés, que le pisan los talones, dicen: “es absurdo plantear la cuestión de las masas o de los jefes”, ustedes se equivocan no sólo en relación a nosotros, que aún buscamos jefes, sino también porque esta cuestión tiene, entre nosotros, una importancia muy distinta que entre ustedes.
2º Cuando usted nos dice: “Jefe y masas deben formar un todo compacto”, esto no sólo es falso porque nosotros justamente también estamos buscando una tal unidad, sino también porque la cuestión se plantea entre nosotros de manera muy distinta que entre ustedes.
3º Cuando usted nos dice: “En el partido comunista debe haber una disciplina de hierro y una centralización militar absoluta”, esto no es simplemente falso porque nosotros también estamos por la disciplina de hierro y una fuerte centralización, sino también porque la cuestión se plantea entre nosotros de manera distinta que entre ustedes.

De donde el punto 4, cuando usted nos dice: “En Rusia hemos actuado de tal o cual manera (por ejemplo, después de la ofensiva de Kornilov, o algún otro episodio), en tal o cual período íbamos al parlamento, o nosotros nos quedábamos en los sindicatos”, y por eso el proletariado alemán debería hacer otro tanto, eso no viene a cuento, dado que queda por saber si aún está justificado o es necesario. Pues las relaciones de clases en Europa occidental son, en la lucha, en la revolución, muy distintas que en Rusia.

De donde, en fin, el punto 5, cuando usted, o el Ejecutivo de Moscú, o aún los comunistas oportunistas de Europa occidental pretenden imponernos una táctica que era perfectamente justa en Rusia – por ejemplo, la que presupone, conscientemente o no, que los campesinos pobres u otras capas trabajadoras cooperarán pronto, en otras palabras, que el proletariado no está solo – esa táctica que usted prescribe para nosotros o que se sigue allí, conducirá al proletariado europeo-occidental a su perdición o a derrotas espantosas.

De ahí, finalmente, el punto 6, cuando usted, o el Ejecutivo de Moscú, o también los elementos oportunistas de Europa occidental, como el Comité central de la liga Espartaco en Alemania y el BSP en Inglaterra, quieren imponernos aquí, en Europa occidental, una táctica oportunista (el oportunismo se apoya siempre en elementos exteriores que nunca dejan de faltar al compromiso con el proletariado), usted se equivoca.
El aislamiento, el hecho de no poder contar con ninguna ayuda, la importancia más grande de las masas, y por consiguiente, la importancia proporcionalmente menor de los jefes, esas son las bases generales sobre las que debe basarse la táctica europea occidental.

Esas bases, ni Radek durante su estancia en Alemania, ni el Ejecutivo de la Internacional, ni usted mismo, como atestiguan sus declaraciones, las han discernido.

Y es sobre estas mismas bases sobre las que se apoya la táctica del KAPD, del partido comunista de Sylvia Pankhurst7 y de la gran mayoría de la Comisión de Ámsterdam, tal como sus miembros han sido nombrados por Moscú.

1 Nota del editor (francés) (el KAPD, recordémoslo): El KAPD es, sin duda, más exigente, pronunciándose siempre por el “de abajo arriba”.
2 Usted escribe, por ejemplo, en El Estado y la revolución (ver Oeuvres, t. 25, p. 456): “La inmensa mayoría de los campesinos, en todo país capitalista en que hay campesinado (y estos países son mayoría), están oprimidos por el gobierno y aspiran a derrocarlo; aspiran a un gobierno “a buen precio”. El proletariado solo no puede llevar a cabo esta tarea.”... Pero el quid es que el campesinado no aspira al comunismo.
3 Las tesis agrarias de Moscú (adoptadas por el II Congreso de la I.C. – n.d.t.) lo reconocen explícitamente.
4 No dispongo de datos estadísticos concernientes a Suecia y España.
5 Espero que no intente usted, camarada, apuntarse un triunfo dando un sentido absoluto a las tesis de su adversario, como hacen las personas de pocos alcances. Las observaciones de más arriba sólo están destinadas a ellos.
6 Dejo completamente de lado el hecho de que, en razón misma de esta relación numérica distinta (¡20 millones [de obreros industriales] entre 70 millones [de habitantes] en Alemania!), la importancia de la masas y de los jefes y las relaciones entre masas, partido y jefes, tanto en el curso de la revolución como después, serán muy otras que en Rusia. Profundizar en esta cuestión, de una importancia extrema por sí misma, me llevaría muy lejos de momento.
7 Al menos hasta el presente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario